¡De siempre lo mejor!
Un Momento para Reflexionar
por Lilia M. Fiallo
Todas las personas desde que tenemos uso de razón, a partir de los 7 años de edad, sabemos diferenciar el bien del mal. Distinguir el bien del mal es fundamental para vivir en sociedad. Los sentimientos buenos como la alegría y el entusiasmo al igual que los sentimientos malos como la tristeza y la nostalgia se producen por causas que impactan, como por ejemplo, la dicha por obtener un empleo; la tristeza por perder el tiempo en cosas superficiales.
Las virtudes son hábitos que nos llevan a hacer el bien; pueden ser innatos en cada ser o se pueden adquirir con el tiempo. La amabilidad, la nobleza, la sencillez, son virtudes. Por ejemplo, la consideración y la caridad con las personas mayores, como con los abuelos, forman parte de ellas y lo más particular, es que reconfortan el espíritu y alimentan el alma en ambos sentidos.
El canal de valores se inicia con la interacción de los padres; ellos deben establecer un espacio para estar con sus hijos, por ser tan vital su presencia en la infancia y adolescencia. Así los niños van construyendo paso a paso, las columnas de acero que formaran su personalidad.
Los valores, están dirigidos al crecimiento personal por un convencimiento intelectual. El aseo personal y la buena presentación elevan la autoestima y se refleja en el grado de aceptación de los demás. Igualmente una persona, cuando realiza bien sus tareas, cuando tiene una vida en paz, disfruta con tanto gusto que se evidencia en su aspecto, porque su rostro brilla y su energía contagia.
Los valores son los tesoros del alma que el hombre bien lo sabe. Son tesoros que no se palpan con las manos sino con el corazón, ahí están en todo ser como algo maravilloso de la vida.
Si los tesoros del alma se dejan de lado por las cosas materiales, como las extravagancias al comprar cosas innecesarias, el deseo infinito por adquirir cosas suntuosas para aparentar o maquillar la vida y hacer creer a los demás que se está divinamente, hay engaño personal. Si se pasa por encima de la vida y los años encaran una cruda realidad, un infortunio, resulta tarde retroceder, y es ahí cuando se reconoce que esos tesoros archivados tiempo atrás, como la paz y la tranquilidad, no se pueden comprar con ningún dinero. Tampoco se podrá comprar el afecto y el cariño que no se recibió porque tampoco se dio a la familia.
Las buenas obras, intenciones, palabras y la transparencia en todas las actuaciones de la vida de una persona, son el legado y es la forma de esa persona darse a los demás.
Lilia M. Fiallonació en Bogotá, Colombia, lugar en el que, entre tareas y ratos libres, encontró un espacio para escribir sobre temas, de alguna manera olvidados por otros. Con letras de oro grabadas en su memoria, inició su vida laboral, en el corazón de la parte técnica, del control de tránsito aéreo de su país natal. En medio de fraseología y códigos aeronáuticos, el mundo de la aviación le dio una de las más elevadas experiencias, por la precisión que requiere este oficio, donde un solo error, podría costar muchas vidas. Es ahí, donde en su inquietud por comunicar sus ideas, comienza a escribir con dedicación, temas un poco relegados por la sociedad, la Iglesia y el Estado. Al descubrir una verdad de la que nadie quiere hablar, pero mucho más real y cotidiana, de lo que parece. Es así, como surge esta, su primera obra, “Parir por parir”. Puedes encontrar su libro en www.laovejitabooks.com/autora-lilia-m-fiallo/