No es lo mismo, las Carátulas que las Carótidas
Un Momento de Reflexión
por Lilia M. Fiallo
No es lo mismo, consentir situaciones malsanas, que dar amor verdadero. No es lo mismo alcahuetear comportamientos dañinos, que corregir a tiempo.
Confundir el verdadero amor y hacernos esclavos de los hijos, consintiendo todo tipo de comportamientos y conductas, rompiendo las reglas y normas, los valores morales y las virtudes que por simple lógica y sentido común deben prevalecer en el hogar, deja al descubierto un futuro lúgubre y sombrío.
Dicen que el que inocentemente peca, inocentemente se condena, y resulta real, cuando se descubre que aquellas situaciones consentidas, dieron frutos venenosos. La vida no es un juego y no vale la pena empeñarla.
¡Los hijos jamás se acaban de conocer!, por lo que, entregarnos por completo, olvidándonos de nuestra propia esencia y el sentido por la vida, es un error. Patrocinar nuestra sepultura a manos de los hijos mal criados y mal educados, lo entenderemos cuando comprendamos tarde nuestros desatinos.
Como Elisa y Juan, hay miles y miles de padres que siempre están ahí para complacer a sus hijos, en todos los gustos y extravagancias, hundiéndose en espejismos que ellos mismos construyen, sin escuchar consejos y sin pensar. Yoe, fue creciendo, sin ocuparse de sus estudios y sin realizar algo próspero, anidando en su mente odio y desamor hacia sus padres, por lo que la maldad cabalgaba en su ser en todas sus actuaciones; jamás se dirigía a ellos llamándolos: “papá o mamá, quiero tal cosa, o necesito algo”, si les hablaba, les decía: “oiga, necesito…, o quiero…” Mientras las cosas de valor desaparecían de casa como por encanto.
Sucedió un milagro en la mente de sus progenitores. Elisa y Juan, al borde del abismo, se detuvieron para analizar la situación, y pudieron recapacitar; pusieron por fin, orden en el corazón, y así, recuperaron su casa que centímetro a centímetro estaban perdiendo. Aunque tarde pero “a tiempo” la paz volvió a sus vidas.
Si hubieran seguido por ese camino, hoy estarían enclaustrados en su propia derrota, o quizá, en un cuarto de un asilo para adultos mayores por haberse dejado dominar de ese despiadado personaje. Y si él se hubiera muerto, o tal vez ella, las pocas pertenencias de los dos, junto con la casa hubieran cambiado de dueño rápidamente.
Nada peor que atravesar por la pérdida del marido o la esposa. Pareciera que el mundo se derrumbara a los pies del solitario que ha quedado sumido en la más cruenta de las situaciones. Y, como buitres que asechan por su presa, familiares cercanos están ahí, buscando el momento, para aproximarse, aparentando consuelo y esperanza en la vida del pobre desvalido viudo. Como si fuera por regla general, las personas solas se dejan influenciar por quienes se acercan a ellas para aparentemente consolarlas.
Lo mínimo que debe hacer una persona que ha quedado sola, es pensar en sí misma, poniendo la cabeza antes de poner el corazón. Ante tal tribulación, puede cometerse un error irreparable, como firmar documentos sobre dineros o propiedades, cediendo derechos, que más tarde, cuando recapacite, no puede dar marcha atrás, porque ahora sí, se quedó sola y sin dinero.
Una vez firma heredando el predio donde vive, estando consciente de lo que ha hecho, tiene que rogar a Dios para que ahí se quede hasta el último instante de su existencia, gozando de buena salud, pero si falla uno de sus cinco sentidos y su humanidad no resiste, el futuro que le espera no es nada halagador, y entonces tiene que repetir lo que dijo Sarita, cuando su hijo y nietos la llevaron a un edificio de 12 pisos que alberga a más de 250 abuelos, muchos de ellos en estado preagónico. Al tercer día de estar allí quiso bajar al comedor y quedó derrumbada cuando vio un salón lleno de abuelos; dijo entonces: “No, esto no es para mí”. “¿Qué puedo hacer para regresar a mi casa, si todos están contra mi”?
Lilia M. Fiallo nacida en Bogotá, Colombia, lugar en el que, entre tareas y ratos libres, encontró un espacio para escribir sobre temas, de alguna manera olvidados por otros. Con letras de oro grabadas en su memoria, inició su vida laboral, en el corazón de la parte técnica, del control de tránsito aéreo de su país natal. En medio de fraseología y códigos aeronáuticos, el mundo de la aviación le dio una de las más elevadas experiencias, por la precisión que requiere este oficio, donde un solo error, podría costar muchas vidas. Es ahí, donde en su inquietud por comunicar sus ideas, comienza a escribir con dedicación, temas un poco relegados por la sociedad, la Iglesia y el Estado. Al descubrir una verdad de la que nadie quiere hablar, pero mucho más real y cotidiana, de lo que parece. Es así, como surge esta, su primera obra, “Parir por parir”. Puedes encontrar su libro en venta en Amazon.