Yo fui el afortunado

por Tymothy Parmenter

Fui adoptado de Tegucigalpa Honduras a los 7 años de edad, dejando atrás a mi madre, a mi hermana, abuelos, tías, tíos y muchos primos. Me fui a los Estados Unidos, la tierra de los sueños; un país donde muchos de mis amigos y parientes soñaban ir. Por suerte, yo fui el afortunado.

Recuerdo que me despedí de mi hermana, recuerdo el parque donde jugaba de niño. Recuerdo la iglesia a la que asistía, los perros callejeros, el letrero de Coca Cola cerca de la montaña, y muchas otras cosas. Lo que más me recuerdo de mis últimos días en Honduras es el vuelo en avión. Era mi primera vez en un avión y tuve que hacerlo solo. No estaba completamente solo, ya que mi madre adoptiva y mi nueva hermana estaban conmigo, pero en ese momento estaba con unas desconocidas. Solo había visto a mi nueva madre una vez y eso fue 6 meses antes. Mi nueva hermana hablaba español lo cual fue útil, pero como quiera, me sentía solo.

El día que me fui era el 15 de Mayo del 1991. El vuelo del avión fue largo y tuvimos una escala en Miami. Mi hermana abordó un avión a Washington DC y mi madre y yo volamos a Syracuse, NY. Mi madre solo sabía un par de palabras en español, así que no hablamos mucho, fue un viaje tranquilo. Al llegar a Syracuse, el resto de mi familia me saludó y estaban emocionados. Mis nuevos padres se habían comprometido a hacer el mundo un lugar mejor adoptando a niños necesitados. Mis padres tenían 11 hijos en total, 8 de los cuales eran adoptados.

Recuerdo haber llegado a mi nuevo hogar por primera vez. Mi abuela, quien era mi niñera en la mayor parte de mi vida en Honduras me había llamado para asegurarse que había llegado a EEUU. Fue una de las últimas veces que hablé con ella. La comunicación con la familia que había dejado comenzó con unas pocas llamadas telefónicas en los primeros meses a casi nada. Yo sabia que hacer una llamada para ellos era difícil. Éramos pobres y no teníamos teléfono. El internet no era una opción desde al principio y yo no tenía forma de contactarles. No solo eso, el lenguaje que conocí cuando era niño de repente se me fue. Nadie en mi familia, mi escuela, mi vecindario hablaba español, así que se me olvidó todo. Se me olvidaron las palabras, las frases, la pronunciación de las palabra, lo perdí todo.

Crecí como un niño Estadounidense de los suburbios. Asistí a la escuela, jugué deportes, fui a la fiesta de graduación. Hice todo lo que hicieron mis compañeros Estadounidenses y más. Me gradué de la escuela secundaria, fui a la universidad, comencé a vivir por mi mismo y ya tenia mi propia familia. Mi vida en Honduras era un recuerdo lejano en este punto. Aunque pensaba en mi madre y mi hermana a veces, no sabía nada de ellas. No sabía dónde estaban, no sabía cómo se veían, ni siquiera sabía si estaban bien.

Fue al rededor de Abril del 2017 cuando mi esposa Kay me preguntó si me interesaba encontrar a mi familia en Honduras. Yo le expliqué que había intentado usar el internet antes pero que no tuve éxito. Todo lo que podía recordar era el nombre de mi hermana, Lupe y mi madre, Reina y que estaban en Tegucigalpa. Aparte de eso, no tenía más que unas pocas fotos de mis últimos días en Honduras. Kay, siendo un gurú de las redes sociales, se puso a trabajar y rápidamente encontró a una misionera que era originaria de Kansas y que ahora vive en Tegucigalpa y que estaba dispuesta a ayudarme a localizar a mi familia. Kay le contó mi historia y le envió una foto de mi último día en Honduras. Mi casa estaba en el fondo en la distancia, una imagen que nunca se me olvidará.

Con mi foto y mi historia, la misionera pudo encontrar la misma calle donde se tomó la foto, 27 años antes. Allí le preguntó a un vendedor de tortillas si sabía cómo llegar a la casa en la foto. La vendedora de tortillas no solo conocía la casa, sino que también conocía a la familia que antes vivía en la casa, “Además ese es el pequeño niño que dieron en adopción años atrás”.

La vendedora de tortillas llevó a la misionera al vecindario donde estaba la casa y le presentó a mi tía y mi madre. Ella sacó mi foto, se la mostró y lágrimas de alegría les alcanzó a todas. Me habían estado buscando por muchos años, pero no sabían dónde ni cómo buscarme. Mi bisabuela habían fallecido unos meses antes de este día y sus últimas palabras fueron: “encuentra a Giovanni”, mi nombre de nacimiento original.

Un día, llegué a casa cuando el teléfono sonó. Kay hacía la cena y yo estaba jugando con los niños, al principio ignoramos el teléfono pero no dejaba de sonar; entonces miramos para ver quién era y era la misionera llamando con facetiming. Estando completamente ignorante de la naturaleza de su llamada le pedí a mi esposa que le contestara, talvez era algo importante.

Una vez más, ajeno a lo que estaba pasando, volví a jugar con mis hijos y dejé a Kay con el teléfono. Ella me llama desde la otra habitación para que venga a ver y yo dije: mejor que esto sea importante. Tomé el teléfono y allí estaba la misionera. Ella dijo, me gustaría presentarte a tu madre.

Volver a conectar con mi familia ha sido indescriptible. Al principio no reconocí a mi madre. Mis primeras palabras para Kay fueron: esa no es mi madre, esa es mi abuela. Sorprendido por el giro de los acontecimientos, me había olvidado que habían pasado 27 años desde que puse los ojos en la mujer que me había dado la vida, a quien había querido y adorado. Esa noche fue una noche inolvidable. Pasé horas de facetiming mi familia. Por gran sorpresa, supe que tengo cuatro hermanos de los que no sabia nada. Sin embargo, Lupe no estaba por ningún lado. Para mi deleite y asombro, me dijeron que ella había estado viviendo en Miami durante los últimos 10 años.

Decidí tomar el tiempo para ir a Miami y visitar a mi hermana. Finalmente tuve la oportunidad en Junio del 2018 casi un año después de reconectarme con mi familia. En este momento habían pasado 28 años desde que la había visto por última vez. No éramos cercanos cuando éramos niños, eso sí me recuerdo, pero como adultos recuerdo nuestra rivalidad entre hermanos como infantil e inmadura. Llegué a Miami el viernes por la noche. Estaba nerviosos, pero estaba tranquilo y sereno. Esto fue un momento surrealista, pero para mí fue natural y puro.

El viaje desde Fort Lauderdale a Miami duró aproximadamente treinta minutos y cuando llegué, le envié un mensaje de texto que estaba allí. Caminé hacia la puerta, se abrió y al otro lado estaba la cara de la niña que recordaba. Había envejecido y madurado y sus ojos eran maternos y amables, pero sus expresiones eran exactamente como las recordaba. Ella gimió cuando nos abrazamos y no pude dejar de sonreír. Me saludaron sus dos hijas mayores en la puerta, sobrinas a quienes nunca había conocido pero con las que había tenido conversaciones a través de Facebook. Con mis habilidades mínimas de español y sus habilidades equivalentes en inglés conversamos durante horas. Hablamos sobre nuestra infancia, recordamos la familia y los amigos que dejé atrás. Nos pusimos al día con lo que había sucedido en nuestras vidas, sobre la escuela, nuestros hijos, todo.

Pude pasar el fin de semana con ella y su familia, todo se sentía natural. Miami esa una ciudad hermosa y divertida, y definitivamente aprovechamos pasar todo el fin de semana juntos haciendo turismo, recorriendo el centro de la ciudad e ir a la playa. Fue un hermoso fin de semana, uno que nunca olvidaré. Cuando mi tiempo de reconectarme con mi familia llegó a su fin, me di cuenta de que me sentía completo nuevamente. Mi vida ha regresado a mis orígenes y la comprensión de quién era realmente y dónde estaban mis raíces fue una experiencia humilde.

Ahora me mantengo en contacto con mis cinco hermanos y hermanas. Espero poder visitar a Honduras algún día para volver a abrazar a mi madre y finalmente conocer a mis hermanos. Mi familia y yo estamos listos para visitar a mi hermana y su familia durante las vacaciones en Miami este año. Será la primera vez que mi hermana pueda conocer a sus sobrinas y sobrinos. Estoy emocionado en unir a nuestras familias.