Mi Niño
UN MOMENTO DE REFLEXIÓN
por Lilia M. Fiallo
¿Cuántas veces le ha dicho que lo quiere? Nunca, ¡no me nace decirle!; pensaba decírselo; alguna vez.
¿Aún lo piensa? Este es el momento para abrir su corazón, dígale: “Te quiero mucho”. Y frases como: “eres un ser maravilloso; vas a ser una gran persona; todo lo que haces tiene un gran significado para mí, para tu padre y para todos, porque cada día lo haces mejor; sigue siempre por el camino correcto; aquí estoy cuando me necesites; ¿qué te pasa, por qué estás triste?, confía en mí que soy tu madre; cualquier duda o pregunta, dímela; no permitas que alguien ajeno a mí, te tome siquiera de la mano; no aceptes que alguien te acaricie; no atiendas a nadie en la calle; no recibas nada de nadie; no cuentes tu vida privada a nadie; no tomes nada que no sea tuyo; cuando vayamos de compras o de paseo, mira pero deja las cosas en su lugar; camina con energía; si alguien en la calle, te llama por tu nombre, ignóralo, y recuerda siempre que te quiero”. Como un jarabe, por cucharaditas, enséñele poco a poco las precauciones, riesgos y cuidados que hay que tener fuera de casa.
¡Ah!, enséñele los números: uno, dos, tres, cuatro…, hasta llegar a diez. Los números van avanzando en orden, ¿verdad? Así como se suben las escaleras para llegar al último piso, partiendo desde el primer escalón, luego el segundo, sigue el tercero y así sucesivamente hasta llegar arriba, así mismo la vida, con el correr del tiempo y de la forma más natural y sin necesidad de recurrir a desconocidos para resolver incógnitas, le dará a su hijo todas las respuestas a las preguntas que tenga él almacenadas en su cabeza.
En menor grado, los animales irracionales se comunican y tienen una organización propia, es verdad. Un perro por ejemplo, no nació viejo para retroceder a cachorro. Es cachorro, crecerá, y como todo a su momento, llegará a ser un perro adulto y tendrá cachorros. El ordenamiento en la vida de los seres vivientes, por lógica, tiene una secuencia. Que los humanos hemos trastornado la creación a otro caso.
¿Dónde quedaron las muñecas, los carros y los peluches para sus hijos, cuando va con ellos al restaurante, de paseo, de compras o al supermercado? ¿Necesita que el niño este callado y distraído? Con estupor he podido ver, criaturas que tienen en sus pequeñas manos un celular.
La tecnología es maravillosa si se toman las respectivas precauciones, pero si nos dejamos llevar por tanto adelanto, nos olvidamos de las graves consecuencias y la realidad. Hay criaturas que dependen de nosotros, y es responsabilidad corregir manías, como por ejemplo, ponerle en las manos un celular a un ser de tan corta edad. Los riesgos a la salud son inmensos y bien lo sabemos. Para que un niño no llore y pueda estar tranquilo en su coche, se le coloca en sus manos un celular. ¿Si los celulares emiten radiaciones de alta peligrosidad para adultos, cómo no será para bebés?
¿Por qué, las mujeres embarazadas no deben usar o estar cerca a los hornos microondas; y deben utilizar los teléfonos celulares, solo para llamadas importantes y cortas, según los profesionales de la salud? La razón salta a la vista y es bien conocida pero también bien ignorada.
La consideración y el respeto hacia un niño por su corta edad o por algún impedimento físico es una cosa, y otra es, consentir situaciones que no le ayudan para nada en el buen desarrollo de su personalidad, y sí propician episodios negativos que repercutirán en su vida. En el caso de Andrés, el tierno niño, noble, fácil de moldear, que a sus tres años fue víctima de una terrible quemadura con agua hirviendo que comprometió parte de su cabeza, cara y cuello, creó en la madre un notable sentimiento de culpa por siempre.
La extrema protección de su madre, la partida temprana de su padre cuando el niño tenía 9 años, y el poco apoyo de sus hermanos mayores, hicieron de él un ser frágil con un futuro débil. Nadie se preocupó porque continuara sus estudios y lo único que hacía a su corta edad, era ayudar aquí y allí en algún oficio. Al llegar a la adultez sin ningún arte ni profesión, trabaja como ayudante de construcción, mientras el vicio por la cerveza lo consume. Es un hombre que creció en un ambiente humilde y sano y a la muerte de su madre, entró en una situación emocional que lo envuelve, su autoestima toca fondo y no hay poder humano que lo saque de ese estado.
¿Por qué, por décadas incontables, ha habido y actualmente hay, tantos jóvenes que aún no tienen 14 años de edad y están internos en reformatorios por cargos criminales?
Los adultos tenemos mucha culpa, porque ignoramos muchas responsabilidades, no les dedicamos tiempo, les damos gusto en todo y consentimos situaciones malsanas. No necesitamos tecnología, ni inteligencia artificial –AI-, para ayudar a construir un mundo espiritual y moralmente mejor.¡Los jóvenes nos necesitan y lo he comprobado!.
Confieso que me da gusto conversar con los niños y jóvenes sobre temas elementales, como una satisfacción personal que me fascina compartir. Me lleno de alegría cuando recuerdo que no ha habido algún pequeño que haya rechazado mi charla y lo que resulta mejor, es que los padres me abordan para que les hable a sus hijos, como si me conocieran, situación ésta que me ha sucedido varias veces.
Un ejemplo de ello fue el Domingo pasado cuando hacía fila en un restaurante y adelante de mí se encontraba un padre de familia con su hijo de aproximadamente 9 años. El señor volteó a mirar para atrás como queriendo encontrar a alguien que lo escuchara ya que se encontraba en una encrucijada, sin saber qué decirle a su niño. La fila era larga por lo que la esposa y su hija estaban mirando las vitrinas de la tienda siguiente. Él se dirigió a mí sonriente y delante del niño me dijo: “imagínese que he llevado a mi niño a ver una película y no vi bien la cartelera y me equivoqué. Nos quedamos hasta el final y mi hijo salió contrariado porque esa no era la película que él quería. Ante ese comentario, pensé por unos segundos y tranquilamente le dije a los dos: “Bueno, en la vida todos nos equivocamos alguna vez”, y dirigiendo mi mirada al niño le dije: “Pero sabe una cosa, usted no se ha dado cuenta el gran tesoro que tiene…, -el chico me miraba expectante-, usted es tan afortunado que ni siquiera lo ha pensado… Sí, mire a su papá, usted tiene la dicha de tener a su padre, la columna de acero a donde usted puede apoyarse, ¿cuántos niños no tienen papá? Mi sobrino perdió a su padre cuando era niño y ni para qué le cuento…, fue terrible. (No tenía sentido contarle más).
Lo grandioso fue que el niño cambió al instante la actitud hacia su padre y me imagino, que tuvo que quedarse pensando.
Antes de dejar a sus hijos tesoros y herencias materiales, dóneles riqueza espiritual, virtudes y valores morales que como un legado, ellos conservarán por siempre.
Lilia M. Fiallo nacida en Bogotá, Colombia, lugar en el que, entre tareas y ratos libres, encontró un espacio para escribir sobre temas, de alguna manera olvidados por otros. Con letras de oro grabadas en su memoria, inició su vida laboral, en el corazón de la parte técnica, del control de tránsito aéreo de su país natal. En medio de fraseología y códigos aeronáuticos, el mundo de la aviación le dio una de las más elevadas experiencias, por la precisión que requiere este oficio, donde un solo error, podría costar muchas vidas. Es ahí, donde en su inquietud por comunicar sus ideas, comienza a escribir con dedicación, temas un poco relegados por la sociedad, la Iglesia y el Estado. Al descubrir una verdad de la que nadie quiere hablar, pero mucho más real y cotidiana, de lo que parece. Es así, como surge esta, su primera obra, “Parir por parir”. Puedes encontrar su libro en venta en Amazon.