La Olimpiada de los Genios en SUNY Oswego

por Miguel Balbuena

El 13 de Junio serví como juez en la Olimpiada de los Genios, celebrada en la Universidad Estatal de Nueva York en Oswego. La Olimpiada de los Genios es una competencia anual que este año atrajo a más de mil participantes, de más de 70 países pertenecientes a seis continentes, la mayor parte de quienes presentaron proyectos en seis categorías amplias: negocios, robótica, ciencia, artes visuales, música y escritura creativa.

A fin de precisar su área de solicitud a esta olimpiada, los estudiantes que sometieron propuestas debieron ser conscientes que la mayoría de estas categorías tenían subdivisiones. Por ejemplo, la categoría de negocios se dividía en empresariado y responsabilidad social; categoría de ciencia en calidad ambiental, ecología y biodiversidad, recursos y energía, ecología humana, e innovación; la categoría de arte visual en fotografía, cortometraje, diseño de afiches, e ilustración satírica, y; la categoría de música en actuación en solo, actuación en grupo, y cantante, y; la categoría escritura creativa en cuentos cortos, ensayos y poesía.

Debido a mi sólida experiencia como hombre del Renacimiento, es decir, un polímata u omnívoro, cumplía con los criterios de elegibilidad para ser juez en cualesquiera de los campos referidos anteriormente, a excepción de la robótica, sobre la cual no sé nada. Elegí evaluar cortometraje porque fue el campo que sobresalió primero cuando leí la aplicación de juzgado. Pensé que sería divertido ver cómo los actuales estudiantes lograron expresar sus ideas en el formato de video.

Las reglas del concurso decían que estos juegos intelectuales estaban “abiertos a todos los estudiantes internacionales y de EE.UU. que estuvieran estudiando desde el octavo hasta el duodécimo grado (o el equivalente)”, desde los 12 años de edad en adelante. Adicionalmente, estas reglas requerían un supervisor adulto por alumno menor de edad. Finalmente, permitían que los estudiantes trajeren a otros invitados.

Antes de asistir a este programa, nunca había estado en SUNY Oswego. Tengo tres amigos que se graduaron de esta institución de educación superior, pero nunca entraron en detalles sobre sus vidas mientras estudiaban allí. Uno de ellos, mi excoinquilino Joe Niles, me confió que se sentía aislado allí. Ese fue el alcance de mi conocimiento previo sobre SUNY Oswego. De alguna manera, una noción
se había infiltrado en mi cerebro. Fue que esta universidad era una pequeña en un lugar azotado por el viento en la orilla sur del Lago Ontario. Pero, en la fecha de pivote de Junio antes mencionada, tan pronto como puse un pie en su campus, la realidad me golpeó en la cara. A pesar que tenía razón en que estaba junto al lago, resultó que estaba situado en un extenso campus de 690 acres.

Los Juegos Olímpicos se llevaron a cabo en el Centro Marano del Campus, la versión de una instalación de unión estudiantil de la escuela. Este centro es el más grande de los 46 edificios en el campus. Por sí mismo, este edificio en particular era más grande en pies cuadrados que enteras universidades como la Escuela del Hospital Crouse School en Syracuse, por ejemplo.

Las sesiones de evaluación corrieron de las nueve y media de la mañana a las tres y media de la tarde, con sólo una hora de intermedio para pasar de largo prolongadas filas de personas hambrientas para almorzar en el Pabellón de Comidas Cooper. Por lo tanto, el tiempo era muy escaso, lo que significaba que no pude visitar otros edificios, aparte del Centro Marano y el Pabellón Cooper Hall. Además, comenzó a llover fuerte. Tanto el centro como el pabellón me impresionaron por haber sido construidos teniendo en mente practicidad en vez de estética.

Al llegar a mi destino final, encontré puro pandemonio en el Centro Marano. Estaba arremolinado con estudiantes, chaperones, invitados, jueces, personal administrativo y visitantes del público en general, al punto que incluso era difícil caminar por los pasillos. Afortunadamente, llegué indemne a la arena deportiva en el centro, donde tuve que registrarme y recoger los formularios de juzgado y las pautas, así como mi credencial como juez, la que me permitirá meterme al frente de la fila para el almuerzo de cortesía en virtud que tenía que apresurarme a volver para participar en la sesión de exhibición de la película de la tarde. Pero hubo una confusión. La empleada encargada me había dado los formularios de ciencia en lugar de los de cortometraje. Finalmente, el miembro del personal me dijo que fuera al auditorio arriba para recuperar los formularios correctos.

Sin duda fue un alto honor para mí haber podido ver y valorar películas de países tan diversos como Albania, Kenia, Kirguistán y Vietnam. Pero, al mismo tiempo, fue una experiencia agitada ya que los aproximadamente 50 videos de ocho minutos de duración cada uno funcionaron a un ritmo vertiginoso con sólo unos segundos de pausa entre ellos.

Acerca del autor: Miguel Balbuena es un escritor en los campos académico, científico, periodístico y literario (en los géneros de ficción y no ficción).