El Zoológico en lo Alto de la Escalera

por Rob English

En el lado oeste de Syracuse hay un desfile de niños de cuatro años. Guiados con cuidado por sus maestros de prekínder y padres voluntarios, veinte o más niños y niñas salen de su salón de clases en la escuela Delaware, y durante varios minutos, en una fila más o menos perfecta, ascienden las curvas de Wilbur Avenue en dirección norte. Más adelante, donde el camino se nivela, los maestros conducen con cautela a sus cargas a través de la calle y hacia el prado más al este del parque Burnet. Allí los espera una larga y atractiva escalera de viejos bloques y ladrillos la que escalarán hasta el estacionamiento “Elephant” del moderno zoológico de clase mundial de Syracuse y del Condado de Onondaga. La pesada escalera tiene musgo y plantitas que crecen de sus grietas, y agujas de pino en sus cien rincones. Está cortada estrechamente entre matorrales en donde viven conejos entre altos abetos, y allí pequeños animales que viven en libertad observan desde la seguridad mientras los niños y sus escoltas suben. Negociar los cincuenta y nueve escalones con un aterrizaje de diez pies de largo después de cada cuatro peldaños proporciona ejercicio para todos y estimula una mejor conectividad entre los sistemas nerviosos en desarrollo de los crecientes niños y sus músculos.

Llegados a la parte superior de la escalera, y mientras todavía se encuentran a sesenta metros de la entrada del zoológico, el grupo puede escuchar un alboroto tremendo y escalofriante de muy emocionadas voces no humanas. ¿Será que los simios siamang del zoológico están dando la bienvenida a los niños? Probablemente no. Lo más probable es que el carrito de comida haya llegado a la exhibición de primates.

Las exhibiciones de primates de hoy en nuestro zoológico, como todas las exhibiciones allí, fueron diseñadas y siguen siendo mantenidas teniendo en cuenta el bienestar de sus animales, y la misión tiene éxito en gran parte. El único defecto es que unos de los animales en exhibición no evolucionaron para pasar su tiempo encerrados detrás de barras de acero o vidrio plano. Pero ese es un desafío que deben resolver los adultos, no los de cuatro años.

Caminando por el zoológico, los niños ya con los ojos muy abiertos ven cómodamente cálidas serpientes, tarántulas, cangrejos, pandas, y hermosas aves, y ven pingüinos y cómo las nutrias se persiguen con alegría dentro y fuera del agua de su estimulante recinto, y ven lindos y diminutos monos colgando de pequeños árboles, y más. Afuera está el zoológico de animales para acariciar, una manada de bisontes, los enormes elefantes (y tal vez un adorable BEBÉ elefante). Estas exhibiciones y todas las demás en nuestro zoológico moderno están muy lejos de las de hace una generación. En aquellos días, los “animales para el zoológico” se guardaban para la diversión de las multitudes ignorantes y para el derecho de fanfarronear de los ejecutivos. Hubo tan poca preocupación por las exhibiciones que las criaturas más inteligentes, como mandriles, osos y elefantes, exhibían claramente signos de ansiedad extrema tras los recintos estrechos, la suciedad, la exposición al humo de cigarros y puros y, sobre todo, del aburrimiento severo que les surgía de una incapacidad total para expresar la naturaleza definida por especie que Dios les inculcó al nacer.

No más. En 1982, autoridades del gobierno local, líderes empresariales y organizaciones como Friends of the Zoo enfocaron en el problema y acordaron contribuir y recaudar los fondos necesarios para que el zoológico pudiera modernizarse y hacerse bien habitable para sus internos. La misión fue un gran éxito. Hoy en día, nuestro Rosamond Gifford Zoo está considerado entre las diez primeras operaciones de su tipo en los Estados Unidos. Es famoso por albergar, preservar y ayudar a propagar el número de varias especies en peligro de extinción y su diversidad biológica. Realmente es algo de lo que podemos estar orgullosos.

Quedan preguntas. Un tigre nace para merodear y cazar. Una banda de elefantes en vida libre puede caminar cuarenta millas en un día en busca de buena fruta y un pozo de barro favorito para beber y bañarse. En algún momento de la vida adulta nuestros niños pueden examinar si es aceptable o necesario mantener a un tigre encerrado detrás de un vidrio plano, o una familia de elefantes en un patio de cuatro acres solo porque el trueno de un tigre rugiente hace que se le erice el pelo en la nuca y un elefante trompeteando causa una emoción de correr arriba y abajo de la columna vertebral. ¿Será verdad que las visitas al zoológico enseñan a los niños a conocer y amar a los animales si a la hora de la cena sus padres les sirven animales matados? Tal vez algún día los niños encontraran una respuesta a esas preguntas en forma de carne hecha de plantas y leche de almendras servida en un mundo donde los tigres, los elefantes y los caracoles no estén en peligro. Pero por ahora los jóvenes de prekinder tienen que negociar bajar la retadora y vieja escalera de piedra, y desfilar de regreso por Wilbur Avenue a sus aulas. Y una siesta. Creo que puedo adivinar con qué soñarán.

Rob es miembro de People for Animal Rights. Si quiere saber mas del Zoológico vaya al www.rosamondgiffordzoo.org