De la Habana a España con Rodrigo

por Ana Maria Ruimonte

No hay un verderol; no vi el pájaro de agua, ni los pinares ni los campos de cereal de Castilla… pero, entre las palmeras y los árboles floridos vi un pequeño colibrí que iba de flor en flor moviendo rápidamente sus alas. No le oí cantar, pero la flauta de Zorimé me parecía un verderol en pleno centro de La Habana.

La guitarra de Luis Manuel me transportó desde los jardines frondosos y verdes del Vedado hasta los jardines del Palacio de Aranjuez, con fuentes esculturales del siglo XVII; y con el clarinete de Monterrey y la flauta de Alberto Rosas, me creí encontrar de repente en las afueras de un pequeño pueblo de Valladolid, paseando junto al río Duero…

Con la guitarra de Galy me imaginaba que me encontraba en una casa con un patio, y en el patio un pozo, mientras esperaba a mi amor. Cuando al fin llegaba, a eso del tercer madrigal, yo le preguntaba casi enojada que dónde había estado, y él me respondía que venía de caminar por la alameda del río…

Pude ver a través de la música cómo un pastor caminaba con su rebaño de ovejas bordeando el castillo de Torrelobatón, amurallado con altos torreones de piedra y un gran foso rodeándolo, y me lo imaginaba haber estado lleno de agua con cocodrilos y otros animales peligrosos en algún tiempo en el pasado, pero ahora, seco por la falta de lluvia…

Con el piano de Huberal, aparecí misteriosamente en los pinares de Simancas, y se escuchaba el cuco que se escondía entre los pinos misteriosamente… ¿Dónde estás tú, cucú, ¿dónde estás? Y dirigiéndonos musicalmente de la mano de Rodrigo hacia el levante español, llegamos a un pequeño pueblo de la costa de Valencia. Vislumbramos en lo alto y a lo lejos un torreón árabe, y aunque ahora solitario, perdido y abandonado, me imaginé a un moro vigilando la llegada de algún barco invasor, allá por tiempos pasados…

Pero, en realidad, estábamos en Centro Habana… Niños corriendo y jugando en las calles empedradas, rotas y anchas, el afilador y el heladero pasaban cantando, y el abanico era un imprescindible para el intenso calor tropical… El techo de la casa de Huberal era muy alto y también las puertas y los dos ventanales que dan a la calle, y su piano era gigante, lleno de recuerdos y de premios y de flores, y de sus paredes colgaban sus condecoraciones por su dedicación a la música en Cuba… Los zumos de tamarindo y guayaba, la garapiña que él mismo preparada, y los yogures nos refrescaban y nos resultaban deliciosos… ¡Nunca me han sabido así de bien en ningún otro lugar!

Y entre zumos y abanicos, jardines tropicales, Joaquín Rodrigo en los campos de Castilla y Valencia se nos aparecían y desaparecían, como aquel Cuco en los pinares de la sierra de Ávila…

Con el cello de Alejandro me situaba en una noche oscura en una posada de La Mancha y me pareció ver a don Alonso Quijada en su doncel mientras le armaban caballero Don Quijote… Y algunos minutos después, con el piano de Mayté me encontré en una calle de los madriles que estaba llena de gentes de rostros alegres iluminados por una luz amarilla-anaranjada en una tarde de primavera. Pero, qué sorpresa al cantar las canciones sefardíes con esas escalas alteradas llenas de intervalos distintos y desconocidos que nos llamaban poderosamente la atención.

Allí en La Habana, ¿cómo es posible que esas partituras de Joaquín Rodrigo nos pudieran transportar a tantos lugares de la bella España y a un pasado nostálgico de gentes amables? Sólo por medio de su música: La música de Joaquín Rodrigo.

Ana María Ruimonte, soprano hispano-estadounidense, colabora con excelentes músicos cubanos en el nuevo CD “Con Rodrigo en Cuba” que conmemora el XX aniversario de su onomástica. Adquirible en CD Baby, y próximamente Spotify, itunes, amazon, owlsong.com.

Las fotos de carátula y del grupo de músicos son cortesía de Jorge Cruz.
Las fotos del Maestro y Ana Maria en la playa son cortesía de Pedro Abascal.