Un Muro Infranqueable

Un Momento de Reflexión
por Lilia M. Fiallo

Las tardes de vacaciones de la mano de mi padre, me mantenían encantada mirando los peces en el agua pura y cristalina que corría por el riachuelo que pasaba a un lado de la finca de mis abuelos; está todo en mi memoria como si fuera ayer, al igual que su amor, su nobleza y las noches en que nos quedábamos dormidos sobre el sofá escuchando las historias bonitas que mi madre o él nos leían y terminaban diciendo: “fueron felices y comieron perdices”.

Tantos recuerdos de mi infancia, perdurarán por siempre, dice Martha; jamás nos acostamos sin comer, sus enseñanzas nos hicieron crecer espiritualmente y aunque atravesamos momentos difíciles, salimos adelante y como todos los seres humanos, cada uno de mis padres tenía su carácter, pero qué se yo, si no viví con ellos su infancia? Yo no soy nadie para juzgarlos. Edifiqué un muro infranqueable en mi mente y cuando quiero, traigo a mi memoria todas las cosas bonitas que vivimos en familia.

Yo en cambio, -dice José-, disfruté muy poco la presencia de mi papá. El murió cuando yo tenía diez años y su ausencia marcó mi vida en gran parte, pero me sobrepongo cuando me detengo en los recuerdos de los momentos que compartimos en familia; por ser tan pequeño, no tuve las oportunidades que tuvieron mis hermanos mayores. La muerte de él nos tomó por sorpresa. Mi mamá quedó estática, y para colmo, su frágil carácter, fue para mis hermanos un tropiezo constante, quienes se aprovecharon de su debilidad hasta su muerte. Ellos no tuvieron la capacidad suficiente de comprenderla, quererla y valorarla. Fue juzgada, sentenciada y condenada sin razón. Todos sabíamos que su infancia fue más dura que la de mis tíos, entre otras cosas, porque mi abuela no la quería. Mi mamá era alta, una espiga dorada, su belleza y elegancia, al igual que su alma blanca y pura, la hacían única.“Yo también me aproveché de su cariño por ser el menor, cuánto me arrepiento, pero ya para qué?”, exclama José. Por qué juzgamos, sin tener derecho? Solo Dios sabe cuánto sufrió!

Para mis hermanos y para mí, dice Juan, tuvimos una infancia con todas las comodidades; ahora que soy padre, aún recuerdo sus fallas, porque los padres siguen siendo padres y aunque sus hijos sean adultos éstos no pidieron venir a éste mundo.

¿Por qué no construye desde hoy –dice Bob el panelista del grupo-, un muro infranqueable, como dice Martha, para que el pasado no lo atormente?, porque usted no conoció, ni vivió la infancia de sus padres, es cuestión de razonar y analizar, afirma. Juan se quedó pensando, quizá reflexionó, aceptó la verdad y no dijo nada más.

Mi hermana y yo, no reconocemos lo que mi padre afrontó con el divorcio y la faena por obtener la patria potestad para Kelly y para mí, siempre gozamos de su amor, su cariño y su ternura, -dice Julia-. Se casó nuevamente con una mujer buena y tengo por eso dos hermanas más. Todo lo he tenido en la vida, y quizá es la razón, por la que valoré tarde el incondicional amor de mi padre, quien ya no es, ni será el mismo conmigo por el daño que le hice. Me gustaría volver a unir la familia.

Luisa dice con vehemencia: “Kelly juzga a mi papá porque –según ella-, tiene razón en todo lo que dice al recordar su pasado”. Lo que a ella le interesa es aparentar, posición social y dinero, lejos de ayudarlo económicamente o llamarlo por teléfono, mucho menos, visitarlo.

Eugenia usa su estrategia para cubrir su perfección. Desde que se casó, todos pasamos a ser simplemente conocidos o amigos de ocasión. Cuando nos invita a su casa nos atiende en la sala o mucho antes de nuestra llegada, nos llama por teléfono para tomar café cerca de ahí. En su alma hay rencor, no habla con mi padre, mientras materialmente aparenta lo mejor. Le gusta todo de marca y cada año cambia toda la lencería, dice Luisa.

Dice Kelly, si alguien adentrara en el corazón de cada una, la única que realmente está pendiente de mi papá desde que quedó viudo, es Luisa, aunque lo juzga sin piedad, lo humilla y cuantas veces puede, trae a su memoria errores tontos del pasado, bueno, yo también.

Julia, Kelly, Eugenia y Luisa, son hermanas, casadas, tienen hijos y económicamente establecidas; son las otras participantes del grupo que han hablado, interrumpiendo la conferencia desde que empezó hace tres horas y creo que termina en cualquier momento, sin que el resto pueda participar, -dice José-.

Cuando faltan diez minutos para las cinco, Bob toma la palabra con rudeza y he aquí una parte del final:
“No me he reunido con infantes, creo que todos somos lo suficientemente adultos para estar aquí. Observé con asombro la inmadurez de algunos y el aplomo de otros. Contemplo con extrañeza que muchos de ustedes ignoren: Honrar a padre y madre; uno de los mandamientos de la ley de Dios ¿Quiénes somos para juzgar a nuestros padres?

¿Qué podremos dar a nuestros hijos, sino sabemos valorar a nuestros padres y no conocemos a Dios? Sigo sin creer la crudeza y frialdad con la que algunos seres son capaces de tratar a sus padres. Hay tanta arrogancia y pobreza humana en sus corazones; pídanle a Dios que les de humildad y sencillez para avanzar, porque muchos de ustedes, no saben amar, ni valorar el esfuerzo que ellos hicieron para darles lo mejor. No esperen buenos frutos de sus hijos, más aún, si los complacen en todo y no vigilan sus pasos.

Yo quiero un muro infranqueable hecho con amor, humildad y sencillez en sus corazones. Quiero que a partir de éste momento, dejen atrás el pasado y empiecen en éste punto a edificar el muro indestructible que tanto necesitan. El pasado ya pasó, el futuro es incierto y lo que cuenta es el presente. Preocupémonos por nosotros y por resolver nuestras debilidades para que nuestros hijos mañana no nos falten al respeto, eduquémonos y eduquemos. “Hagamos la tarea bien”.

Así terminó una tarde interminable, dijo José al salir

Lilia M. Fiallo nacida en Bogotá, Colombia, lugar en el que, entre tareas y ratos libres, encontró un espacio para escribir sobre temas, de alguna manera olvidados por otros. Con letras de oro grabadas en su memoria, inició su vida laboral, en el corazón de la parte técnica, del control de tránsito aéreo de su país natal. En medio de fraseología y códigos aeronáuticos, el mundo de la aviación le dio una de las más elevadas experiencias, por la precisión que requiere este oficio, donde un solo error, podría costar muchas vidas. Es ahí, donde en su inquietud por comunicar sus ideas, comienza a escribir con dedicación, temas un poco relegados por la sociedad, la Iglesia y el Estado. Al descubrir una verdad de la que nadie quiere hablar, pero mucho más real y cotidiana, de lo que parece. Es así, como surge esta, su primera obra, “Parir por parir”. Puedes encontrar su libro en www.laovejitabooks.com/autora-lilia-m-fiallo/